Dos días en Peñíscola dan para mucho, incluso para encontrarse uno mismo, y encontrar algo que no deseas.
Días de sol, días grises con viento, momentos alegres y tristes, contrastes enfrentados.
Las calles de Peñíscola tienen un encanto especial en determinados lugares.
Lugares donde se mezcla la luz con el azul mediterráneo, además de pinceladas de color, ya sea por las casas o por todo un rosario de surtidos de regalo que se agolpan a pie del turista.
Por otro lado, el aroma del mar, el puerto pesquero, sus barcos ya viejos pero permanentes, con sus redes, sus pescados, su gente.
Todo se concentra en un punto, en una zona, todo lo demás, lo que rodea, forma parte de la ya famosa masificación urbanística y comercial del litoral mediterráneo, del comercio, hoteles, etc.
Paseos por la playa, por arena fina, y granulada, piedras, guijarros, conchas, entre las olas que me acompañan en el reposo escuchar del lugar de origen.
Llega la noche, la calma, el cielo se pinta de colores y las casas de luz.
La mar sigue escuchando, y dejándose oír, atrayéndome
http://www.peniscola.org/
URL de trackback de esta historia http://dibujante.blogalia.com//trackbacks/28655